Estamos cerca de las fuentes del río Jordán. El río aquí no es gran cosa, apenas un pequeño curso de aguas verdes y tranquilas. Descendemos por un pequeño terraplén hasta la orilla, en una zona donde la corriente se ensancha un poco en forma de poza. Allí, un grupo de peregrinos, norteamericanos probablemente, están metidos en el agua hasta la cintura; una ceremonia bautismal con cánticos y rezos, anacrónica y bastante rancia.
Partimos hacia el sur. La primera ciudad que encontramos es Nazaret, un amasijo caótico de edificios de cemento visto y calles sin asfaltar, urbe pobretona en la que están rebrotando con fuerza los enfrentamientos sectarios entre cristianos y musulmanes. Visitamos la Basilica de la Anunciación de la Virgen, inaugurada hace pocos años, un edificio grande y feo que recuerda a un parking o un refugio antiaéreo. Me sorprende lo feas que son las abundantes iglesias cristianas que hay en el país, y también lo reciente de su construcción: la gran mayoría han sido levantadas a partir de finales del siglo XIX.
Salimos de Galilea y atravesamos Cisjordania, viajando siempre hacia el sur. Jericó se anuncia como “la ciudad más vieja del mundo”. Tal vez lo sea, aunque probablemente el eslógan turístico más adecuado sería “la ciudad más excavada del mundo”, por el gran número de yacimientos arqueológicos en explotación que la rodean. Por lo demás, el Jericó moderno ofrece pocos alicientes, así que la estancia es breve.
Atravesamos Hebrón sin parar. Parece que la ciudad está alborotada, y que han habido incidentes recientemente. A las afueras de Hebrón comienza el desierto, cerca del lugar al que supuestamente se retiró Jesús a hacer penitencia antes de comenzar su misión.
Un palestino vende artesanía junto a la carretera. Paramos. De repente se produce un desagradable enfrentamiento a gritos entre una de las señoras judías argentinas y el vendedor de souvenirs; sin que aparentemente haya habido nada previo que lo justifique, los dos han comenzado a insultarse a voces y hay que separarlos. Al parecer, la chispa ha saltado porque el palestino se ha dado cuenta de que la mujer es judía; inmediatamente ha estallado entre ellos todo el odio racial acumulado entre personas que aún sin
conocerse de nada ni haberse hecho nada el uno al otro, han aprendido a odiarse entre sí desde que tienen uso de razón. Así de eléctrico está el ambiente.
Un poco más adelante un control de la policía palestina nos hace parar en mitad de la nada. Son dos hombres y un chico jovencísimo; los hombres hacen subir al adolescente al autocar, seguramente para pedir algo de dinero. El chico está muerto de miedo, y apenas subir apunta con su fusil ametrallador a la cabeza de nuestro chófer. Todos tragamos saliva. A. reacciona rápido, se acerca al policía en miniatura haciendo reverencias, le habla en árabe y según nos cuenta luego, le convence de que todos somos peregrinos cristianos, “personas santas”; el crío, que está deseando largarse, empieza a hacer reverencias a su vez y se baja del autocar lo más rápido que puede.
Solo Dios sabe que habría pasado si aquél trío de bandoleros de uniforme llega a darse cuenta de que la mayoría de ocupantes del autocar son judíos.