Visitar un país es, ante todo, intentar una aproximación en primera persona a su geografía física y humana. Las maneras de llevar a cabo esa aproximación son diversas, aunque todas presuponen la realización de un cierto itinerario más o menos preestablecido a través de diversas zonas del país, y también, desde luego, el mantenimiento de algún contacto con la población y su cultura material.
El placer que proporciona paladear la realidad de un país es ciertamente especial. Para disfrutarlo bastan dos condiciones, ineludibles eso sí: que el viajero tenga los ojos muy abiertos, y que tenga asimismo una cierta capacidad para ponerse en la piel de otros. Un poco de dinero en el bolsillo tampoco está de menos.
Y siempre que sea posible, prescindir de los grupos turísticos al uso. Al menos, hasta que el nivel cultural de la mayoría de sus integrantes sea como mínimo parejo con su nivel económico