Café de la Paix (París, Francia)
Las terrazas de los cafés parisienses son como palcos del Gran Teatro del Mundo. Si además tienen vista sobre la plaza de la Opera parisina –la de siempre, la que levantó Napoleón III-, como le ocurre al Café de la Paix, entonces se puede mirar el espectáculo como si fueras uno de esos burgueses de las novelas francesas del XIX y estuvieras esperando que apareciera tu Dama de las Camelias, naturalmente muy tísica y un tanto golfa.
El Café de la Paix es el palco de honor de París. En sus sillas de falso estilo Louis XV se sienta tarde tras tarde gente de toda clase y procedencia, también una tropa de turistas asombrados, desde el paleto español al cowboy texano, que otea minifaldas, abrigos de pieles, pelos teñidos, maletines de cocodrilo legítimo u homosexuales besucones, con el regocijo y el escándalo de quien no sabe que ellos mismos son objeto de atención y divertimento.
U Kalicha (Praga, República Checa)
El Cáliz (U Kalicha, en checo), es una taberna cuyo ambiente se ha anclado calculadamente en los tiempos en que el valeroso soldado Schwejk, especie de Sancho Panza local e ídolo nacional indiscutible en el país, se preparaba para ir a la Primera Guerra Mundial trasegando jarra tras jarra de la excelente cerveza checa.
La cena a base de cerdo garantiza una digestión difícil pero es parte inexcusable del ritual, al igual que la pareja de músicos en uniforme austrohúngaro o las canciones corales de los alegres bebedores checos.
Hotel Inglaterra (La Habana, Cuba)
Cuando aprieta el calor del mediodía habanero, la planta baja del Hotel Inglaterra, al lado mismo del Parque Central, en el corazón de La Habana
Vieja, es el mejor lugar de Cuba para relajarse y estar fresco mientras se degusta el mejor mojito de toda la isla.
El aire colonial del establecimiento hace el resto, y al cabo de unos minutos uno se siente ya un antiguo plantador rodeado de belleza; un segundo mojito acabará de perfilar esa sensación.
Underground (Jerusalem, Israel)
El Underground es un bar con dos ambientes: barra, música y videos en la planta en el nivel de la calle, y discoteca en un subterráneo con toda la pinta de catacumba de época romana.
La clientela es variada y nada convencional: igual te encuentras a un grupo de veinteañeras suecas consumiendo cerveza a velocidad de récord Guiness, que a un ángel rubio bailando medio desnuda en la pista antes de encarnar
a la Virgen María en una procesión ortodoxa rusa en la mañana siguiente.
La noche en Underground se pasa volando.
Casino del Hotel Cosmos (Moscú, Rusia)
El Cosmos es uno de los pocos hoteles de época soviética que siguen funcionando aceptablemente. Arriba del todo tiene un casino de juego que parece un decorado creado para rodar allí una película de gánsters rusos. La tropa de extras de esa película la componía aquella noche medio centenar de tipos duros y adustos, todos vestidos de negro y gris con esa falta de elegancia tan típica de los hombres rusos, y algunas putillas teñidas de todas las variantes del rubio.
La barra del bar la dirigía un simpático peruano doctor en Matemáticas, un tipo de apenas 30 años. En su compañía y en la de un odontólogo mexicano, un auténtico “manito” de cara redonda y bigotazos a lo Zapata, la velada transcurrió plácida y conversadora, mientras a nuestro alrededor aquellos tristes jugaban como si supieran que nunca ganarían.
Los 36 billares (Buenos Aires, Argentina)
Muchos de los bares y restaurantes de la avenida de Mayo son fruto de un mestizaje donde los ingredientes básicos son lo porteño y lo español, combinándose en proporciones variables pero siempre presentes.
Los 36 billares es uno de los bares más antiguos de Buenos Aires y está, ciertamente, en la avenida de Mayo. Al caer la tarde, el local adquiere la atmósfera soñolienta de un café provinciano gallego, sacudida a ratos por estruendosas partidas de dominó jugadas “a la española”, mientras parejas de estudiantes se arrullan como palomas jóvenes entre toses de viejos emigrantes solitarios.
Terrazas del Paseo de los Tristes (Granada, España)
Siguiendo la Carrera del Darro se llega al Paseo de los Tristes, bajo los muros imponentes de La Alhambra. Si es verano y el sol ha apretado durante el día, es inexcusable sentarse en un velador de una cualquiera de las terrazas, pedir una cerveza muy fría, y esperar a que caiga la noche y enciendan la iluminación del palacio-fortaleza que cuelga sobre tu cabeza.
Cuando eso sucede, cuando las luces nocturnas envuelven La Alhambra, te doctoras de golpe en epicureismo árabe granadino. La consecuencia directa es que comienzas a paladear mejor el gozo de vivir, y hasta la cerveza de presión sabe a gloria nazarí.