Cada isla constituye un microcosmos perfectamente delimitado, un pequeño planeta dotado de un ecosistema propio y una personalidad irrepetible e imposible de reproducir en otra parte. A pesar de la globalización aún es posible encontrar reductos como éstos, a los que el mar preserva, aislándolos, de los desastres de la modernidad o atenuando sus efectos.