Durante la Edad Media circuló por Europa la leyenda del Preste Juan. Este sería un monarca cristiano que supuestamente reinaba en el confín oriental de Asia, y cuyos ejércitos estarían derrotando a los temibles turcos y acercándose al Mediterráneo.
Como toda leyenda, la del Preste Juan tenía cierta base real. El apelativo francés Prête Jean es, probablemente, una deformación fonética del nombre de Gengis Khan, el fundador del Imperio mongol. Parece ser que alguna de las mujeres de este caudillo era cristiana, y se sabe que en el entorno de los monarcas mongoles siempre hubo cristianos nestorianos como consejeros. Por lo demás, tanto Gengis Khan como sus sucesores combatieron ferozmente contra los turcos, aunque compartieran con ellos la fe musulmana.
A principios del siglo XV los reinos cristianos europeos vivían en el temor a una próxima irrupción de los turcos en su ámbito territorial: Constantinopla ya estaba prácticamente sitiada, aunque todavía tardaría décadas en caer, y el Mediterráneo oriental era cada vez más un lago turco.
Es en ese contexto histórico que Enrique III, rey de Castilla y León, decide enviar una embajada a un rey mongol llamado Amir Temir, descendiente del Preste Juan, que habitaba en la remota ciudad de Samarcanda y acababa de derrotar al sultán turco Bayaceto. Hoy sabemos que Amir Temir había enviado previamente embajadores a los reyes cristianos para comunicarles sus éxitos contra los turcos.
En respuesta a la embajada mongola, Enrique III envía en 1404 a Rui González de Clavijo a Samarcanda. La misión de Clavijo llevaba una propuesta para los mongoles: una alianza militar que presionara simultáneamente a los turcos desde Oriente y Occidente hasta aplastarlos definitivamente.
El viaje de Clavijo duró un año largo, pero por fin pudo llegar a la capital mongola y entrevistarse con Amir Temir, conocido entonces como Timur Leg, a quien el castellano deformó el apodo en Tamerlán, que es como finalmente ha pasado a la Historia. Tamerlán le acogió con simpatía y prometió estudiar con atención la propuesta, e instaló a Clavijo y sus acompañantes en el Palacio Blanco de Chakhrisabz, su
ciudad natal, en calidad de huéspedes preferenciales.
Al cabo de poco tiempo, sin embargo, Tamerlán falleció mientras preparaba una incursión en China. En vista de la incertidumbre e inestabilidad que siguieron a la desaparicion del caudillo mongol, Clavijo decidió regresar rápidamente a casa. Eso sí, los mongoles le llenaron de tesoros que debía entregar como presentes al monarca castellano, a pesar de lo cual Clavijo y sus compañeros llegaron a Europa despojados de todo y en un estado lamentable.
Según explicó más tarde en su rendición de cuentas, que terminó convirtiéndose en un libro muy popular en su época, Clavijo tuvo que emplear los regalos recibidos en vencer mediante sobornos los numerosos obstáculos que encontró a lo largo del viaje de vuelta. Esta es la versión
oficial. Pero los uzbekos actuales, descendientes de los antiguos mongoles, explican sonriendo que Rui González de Clavijo fue muy listo, y que en realidad, lo que hizo fue ir depositando el tesoro en porciones a lo largo del itinerario de regreso, enterrando unas partes en sitios seguros y entregando otras a banqueros que operaban internacionalmente. Esta versión la recogí personalmente en Samarcanda.
En las afueras de Samarcanda está el observatorio astronómico que levantó Ulug Bek, hijo y sucesor de Tamerlán, en cuyo interior pueden contemplarse diversas pinturas alusivas a acontecimientos de la época, si bien son de ejecución muy posterior: en una de ellas podemos ver a Clavijo y a sus acompañantes rindiendo pleitesía a Tamerlán. El detalle curioso es que las vestiduras de las españoles corresponden en realidad a la moda de la época de Felipe II, un siglo y medio después de la visita de la embajada castellana a la capital mongola.