Los contactos entre Occidente y el Extremo Oriente se iniciaron probablemente con anterioridad a la época helenística. Durante ésta y más tarde, ya en época del Imperio Romano, fueron tan habituales que su rastro ha quedado en documentos conservados tanto en China como en Europa; gracias a la arqueología, además, hoy conocemos por ejemplo la existencia de una ciudad romana ubicada en la China del período de los Han.
El sólido establecimiento de una Iglesia cristiana nestoriana en China desde los primeros siglos del cristianismo, y la posterior expansión del Islam por las regiones occidentales chinas, contribuyeron a acercar aún más los extremos del mundo entonces conocido.
Pero es sin duda a partir de Marco Polo cuando el conocimiento de China se extiende por Europa,
despertando un interés tan grande por ese país que todo lo referente a él se convirtió en moda y novedad incorporada inmediatamente por los europeos.
La bigrafía de Marco Polo es, en realidad, la de un comerciante occidental relacionado con la Ruta de la Seda. Nacido en en una estación comercial veneciana situada en la isla Korcula, en la costa dálmata del Adriático, Marco tenía diecisiete años cuando acompañó a su padre y a su tío en un viaje hacia China iniciado en 1271, periplo que se prolongaría durante 20 años.
Al poco de su regreso a Venecia, fue apresado por los genoveses en un combate marítimo. Fue para aliviar el tedio del cautiverio que comenzó a dictarle a Rusticello de Pisa, su compañero de celda, el Libro de las
Maravillas, supuesto compendio de los viajes de Marco Polo y su familia por Oriente.
Los relatos de Marco Polo fascinaron a sus contermporáneos. Con todo, siempre han habido voces que tacharon al veneciano de fabulador y embustero. Y realmente, junto a descripciones de gran rigor y precisión, el Libro de las Maravillas contiene disparates tan evidentes que en la época en que se publicó ya fueron motivo de burla pública; sus páginas están pobladas de seres fabulosos, de monstruos surgidos de la imaginería medieval y de toda clase de prodigios fruto de la invención de Polo o de sus informantes orientales.
El mote de Micer Milione (Señor Millón) que le adjudicaron sus compatriotas, muestra claramente que la tendencia a la exageración y la invención de Marco Polo no pasó desapercibida entre sus coetáneos.
Muchos chinos sostienen que el veneciano en realidad jamás estuvo en China. Entre los numerosos elementos que avalarían esta tesis, en China me señalaron uno que resulta muy significativo: es verdaderamente extraño que Polo, que describe con aparente minuciosidad la vida de la Corte Imperial, no mencione siquiera la práctica común entre las clases altas chinas de vendar fuertemente los pies de las mujeres, costumbre que sin duda debería haber llamado la atención a un occidental.
Siguiendo la estela de Marco Polo y sus viajes reales o fantaseados, un alud de mercaderes, misioneros, emisarios y toda clase de aventureros por cuenta propia o ajena se dirigieron hacia Oriente. Destacaron entre ellos los jesuitas, muy apreciados en las Cortes orientales por sus dotes como consejeros políticos y hombres de amplios conocimientos científicos.