A finales del siglo XX el fenómeno Internet abrió insospechadas posibilidades al contacto entre seres humanos. Entre ellas, conversar e intercambiar ideas más allá de la dimensión física de cada cual, e incluso poder hacerlo de manera simultánea con varias personas. Y todo ello con un coste mínimo y una calidad técnica cada vez mayor.
Es más: si en los primeros años Internet fue un mundo de silencio en el que sólo se podía percibir el sonido del propio teclear, hoy ya es posible no sólo oír la voz de tu interlocutor sino tener su imagen en el monitor en tiempo real y en movimiento. Así que el contacto en Internet es ya casi físico, al menos por lo que hace a una parte de los sentidos; que en el descubrimiento sensorial del otro pueda participar la totalidad de los sentidos, es
cuestión de tiempo y no mucho, vista la rapidez de los avances técnicos en este campo.
El ágora en el que se desenvuelve esta nueva polis global, el lugar donde se producen los encuentros y los intercambios, es el chat. Esta plaza pública sin límites aparentes ha venido a revolucionar no sólo las relaciones humanas sino cuanto tiene que ver con la transmisión de información.
Acceder a información de primera mano sobre cualquier asunto, y hacerlo sin los intermediarios que hasta ahora controlaban los flujos informativos, está ya al alcance prácticamente de cualquiera por sólo unas monedas a la hora.
Yo he visto cafés Internet en una humilde aldea egipcia a las orillas del Nilo y en la plaza Tianamen de Pekín, a la orilla de una playa en Senegal y en un pueblo de la Patagonia argentina. En todos los casos los llenaba gente ávida de contacto con otra gente, personas a la búsqueda de corresponsales con intereses similares aunque fisícamente se hallaran en el otro extremo del planeta.
Esta globalización también es imparable, y acabará por revolucionar el mundo.