En el verano de 1936, el Gobierno de la República Española, en guerra con los militares fascistas sublevados, instaló un aeródromo militar en Sariñena, (Huesca), población situada en un sector estratégico del frente de Aragón.
Los primeros aparatos que se destinaron allí llegaron desde la base de El Prat de Llobregat (Barcelona), y eran en su mayoría viejos Breguet XIX, Nieuport y De Havilland, que pronto serían substituidos por aviones más modernos de fabricación rusa, como el caza Polikarpov, el famoso “Chato”. Ese fue el origen de la legendaria escuadrilla Alas Rojas.
Aquellas máquinas fueron pilotadas por voluntarios llegados de diversos lugares de España y también por algunos extranjeros. La mayoría eran muy jóvenes, casi
adolescentes, y no es extraño que para ellos volar y combatir fuera, además de un compromiso personal en defensa de la legalidad democrática, una fascinante aventura.
Existen multitud de anécdotas sobre los pilotos de Alas Rojas que reflejan su pasión por la vida y un cierto estilo caballeresco, ya olvidado en un mundo deshumanizado; se cuenta, por ejemplo, que algunos de ellos solían pilotar vestidos con frac (el sombrero de copa fue símbolo de la escuadrilla), y celebrar los derribos de aparatos enemigos bebiendo champagne.
A diario miraban la muerte de frente, y por eso vivían con intensidad entre bromas y extravagancias cada momento, incluso cuando arriesgaban la vida.
El recuerdo de Alas Rojas es pues la memoria de un puñado de jóvenes comprometidos y vitalistas que además de ser extraordinarios pilotos, conformaron un maravilloso grupo humano.