El veneciano Hugo Pratt fue un extraordinario dibujante, dueño además de un riquísimo mundo personal nacido de su amplia cultura, de su pasión por la Historia contemporánea y de su compromiso intelectual con las causas de los más desfavorecidos.
Su creación más celebrada fue la serie que narra las andanzas de Corto Maltés, el marino mitad pirata mitad anarquista, a quien el azar del destino empuja a tomar parte como secundario, a veces con papel protagonista, en los conflictos que sacudieron el mundo durante el primer tercio del siglo XX.
Corto Maltés no es un héroe al uso de las aventuras en el mar o en tierra. El supuesto hijo de una gitana andaluza y un lobo de mar británico, nacido en la isla de Malta, es en realidad la estampa misma del antihéroe escéptico y de vuelta de todo, y en ese sentido, un personaje mucho más próximo al Rick el Americano de “Casablanca” que a un Errol Flynn saltabordas.
Corto recorre el Pacífico a las órdenes de un extraño pirata llamado el
Monje, se mueve como pez en el agua en Argentina y Brasil entre brujas, rebeldes y toda clase de personajes asociales, simpatiza y colabora con los bolcheviques rusos, los nacionalistas chinos y los desesperados armenios en el Oriente convulsionado de los años 20, ayuda a los etíopes contra los invasores mussolinianos en los años 30… Pratt pensaba hacerle finalizar sus días en la Guerra Civil Española, llevando un cargamento de armas para las milicias del Gobierno republicano.
En Corto Maltés, la aventura se hace compromiso sin discursos ideológicos ni partidismos. Incluso sin demasiadas ilusiones sobre el género humano y su futuro; quizá ahí radique su principal valor y su atractivo.