Todo viaje implica búsqueda y descubrimiento. Es decir, resulta una aventura.
La aventura es la substancia misma del viaje. En realidad, sin aventura no hay viaje, apenas un desplazamiento monótono de los días y los escenarios.
La aventura no es necesariamente riesgo, aunque a veces lo comporte. De todas maneras el mayor riesgo reside en vivir y avanzar. Como el Ulises de James Joyce, uno sale a navegar la vida cada día como si partiera en la nave que llevó al otro Ulises por todo el Mediterráneo, camino de una Itaca soñada más que conocida.
A veces la aventura consiste simplemente en lograr seguir vivo un día más, otras en abrir caminos insospechados al futuro, otras en comprometerse con el tiempo en el que se vive, y otras en fin en partir gozoso a la búsqueda de los Demás, que en definitiva, no es más una forma de ir en busca de Uno mismo.
Bien mirado, todas esas maneras de lanzarse a la aventura no dejan de ser diferentes manifestaciones de la misma cosa.