La pintura del aragonés Francisco de Goya y Lucientes refleja el alma atormentada de un Hijo del Siglo de las Luces. Luminosa y alegre en los años finales del siglo XVIII, obscura y tenebrosa en las primeras décadas del XIX. También en su país, en esos años de tránsito, las Luces devienen sombras y la liberación de las ideas es aherrojada por la negrura.Así, el Goya juguetón y feliz de los cartones para tapices y los retratos de personajes, creados al servicio de la Corte española, transmutó en el Goya perplejo ante la bestialidad humana que muestran sus pinturas y grabados sobre la Guerra de la Independencia, y por fin, en el Goya reconcentrado, hosco y desesperado de las Pinturas Negras.
Sólo al final de su vida, La Lechera de Burdeos, el cuadro que se anticipa medio siglo al impresionismo y abre toda la modernidad pictórica, muestra un Goya por fin extrañamente sereno.